jueves, 14 de abril de 2011

CACIQUISMO, ECONOMÍA Y DESECONOMÍAS: EL COSTE DE OPORTUNIDAD EN LA INVERSIÓN PÚBLICA ACTUAL

En un blog extranjero sobre sostenibilidad, urbanismo y energía, leí un curioso post que analizaba como insostenible, lo que costaba la habitación de invitados, esa que las familias reservan y guardan en sus viviendas, “para cuando venga la familia”.

El concepto de coste de oportunidad es intuitivo, pues indica lo que nos cuesta la oportunidad de haber elegido una solución, en vez de otra, cuando se trata de realizar una inversión. Lo que cuesta la oportunidad perdida.
Analicemos los sobrecostes de esa habitación a lo largo del tiempo en que viviremos en esa vivienda:
-Lo que nos cuesta de más la vivienda, por sumarle más metros cuadrados, p.e. Si tiene 12 m2 nos podría suponer una inversión adicional de 25000 euros (incrementan los impuestos, también, como el IBI).
-Puede suponer un coste de un 5-10% más en climatización, mantenimiento (horas de servicio de limpieza... pintar, reparar...)
Resumiendo y sin ahondar, al año, por esos 25000 euros de más en hipoteca, pagaríamos unos 1000 euros más al año en intereses, y con lo anterior, pongamos unos 1200 euros.

Pues bien, ¿cuantos días se utilizan al año? Piensen en ustedes mismos y díganme si acaso una semana, 8 días. Cada día nos sale al año por 150 euros, con lo que podríamos invitar a nuestros amigos a un buen hotel, pensión completa.

Otro ejemplo muy clarificador es el del tráfico y el urbanismo. Un coche aparcado en doble fila genera una deseconomía, porque perjudica a todos los demás, reduciendo la utilidad del doble carril, y creando pérdidas económicas (tiempo, combustible., contaminación, mantenimiento..) en todos los demás usuarios. Esto es una deseconomía, explicada con un ejemplo. O un bache, que obliga a parar y acelerar, operación en la que un vehículo consume 1 cm3 de combustible. Multipliquen el tráfico de una gran avenida, miles de coches por el coste de 1 cm3 de gasolina, o los minutos perdidos, horas de trabajo por los miles de usuarios, etc. Esto es deseconomía,  y guarda relación también con el coste de la oportunidad, de haber arreglado ese bache, de tener una conducta cívica, que no se ha realizado, porque los fondos se han destinado a otra inversión inútil, p.e. en el caso del bache. El coste de cualquier obra inútil es por tanto, el de proyecto, más la suma de todas las pérdidas generadas a los ciudadanos por no haber hecho lo debido durante todo el tiempo que dure la situación. Es más, el dinero que pierde una familia, lo podía haber empleado en la mejora de su casa, mejorando la economía local, ahorrando energía, ahorro, que se reinvertiría, entrando en una espiral, en este caso beneficiosa para todos, no sólo para el afectado individual.

En estos tiempos, en los que se invierte y gasta a costa de deuda pública, el análisis es similar, pues deben saber los ciudadanos, que cuando se hace una inversión indebida por innecesaria, a un coste anual de los bonos, del 5% a 20 años, pagaremos dos veces lo construido, una vez ahora, y nuestros descendientes otro tanto, a base de impuestos que se comen las rentas del trabajo. Pienso ahora en esos Palacios de Congresos, Glorietas ajardinadas exóticamente, edificios sobredimensionados...

Y además, hemos de saber, que el sobrecoste se reparte entre todos los ciudadanos, lo disfruten o no, pues son deudas autonómicas o nacionales, las mismas que luego nos penalizan y hacen que tengamos que recortar en Sanidad, Educación, Salarios, Seguridad del Estado, Planificación, etc, por lo que los problemas se agravan en progresión geométrica.

Con la extensión de lo que algunos llaman el Caciquismo Industrial, (en contraposición con el rural o agrario del siglo XIX, principios del XX), en calidad y cantidad industrial, con verdaderos ineptos al frente de departamentos ministeriales, comunidades autónomas, diputaciones, mancomunidades, ayuntamientos, consorcios, fundaciones, empresas públicas... cuando se ha mal invertido miles y miles de millones de fondos europeos (aeropuertos para diez usuarios, recintos feriales, estadios deportivos, palacios de congresos, urbanizaciones, museos y más museos...),  y pueden imaginar el grado de alarma y lo nocivo de esta plaga que nos ha llevado al desastre: ahí están las estadísticas sobre paro, economía, confianza...
¿ Cual es, por tanto, el coste real de un cacique?

Algún pequeño saltamontes de la política, podría decir: la suma de sus cacicadas, aplicando la lógica distributiva-aditiva.

Pues no. El coste de un cacique, es mayor que la suma de sus cacicadas, por su coste de oportunidad, o lo caro que nos sale la oportunidad perdida de haberlo echado; pues cuando el caciquismo es desbordante, e inunda todos los aspectos de la vida, el daño que se infrige a la sociedad, entra en sinergia y al igual que las bombas de racimo, se expande y mata todo atisbo de esperanza.

Mata la igualdad de oportunidades, el sentido de libertad, mata la libertad de expresión, la esperanza de la juventud, su ánimo de emprendimiento, de inversión, de formación y perfeccionamiento,, mata la obligación de planificación en cualquier política pública, y con ella, se establece un sistema burocrático cuyo fin último es mantener su misma y endogámica estructura, engrosando sus filas con familiares, amiguetes, por las buenas o por las malas.

En el radio de acción de un cacique pues no se puede solucionar ningún problema, ni por casualidad siquiera, pues esa falta de planificación fragmenta la inversión, y así los problemas grandes nunca se solucionan, pues requieren una suma de medios, recursos, trámites e información pública, que han sido atomizados y despilfarrados, entrando en una espiral sin fin, pues el caciquismo se retroalimenta, pretendiendo llegar más lejos, con más eficacia política y electoral, que es inversamente proporcional a los postulados constitucionales de eficiencia, eficacia e igualdad ante la ley.

Al final de una etapa, caduco y denostado, el viejo cacique, y me acuerdo ahora de las declaraciones en 2003, de un ex-presidente, a una televisión regional, dice sin- vengüenza ante la pregunta del periodista sobre si era verdad que pensaba no presentarse de nuevo a las elecciones en la anterior legislatura,  contestó sin rubor:

“Fíjese si es verdad...; que yo..., en los últimos cuatro años, he hecho la política que había que hacer, y no una política para ganar las elecciones” (… que sería la que se hacía cuando pensaba en presentarse, o lo que es peor, la que están haciendo ahora los que piensan en presentarse y perpetuarse)

Dedicado a mi amigo Rasputín, pues este tema le apasiona, y a los compañeros de Convergencia...

Fdo: Innópolis.