martes, 5 de enero de 2010

Proyecto "La Ciudad de los Niños" I

"Antes teníamos miedo del bosque. Era el bosque del lobo, del ogro, de la oscuridad...".

Así comienza el capítulo primero del libro ´´ La ciudad de los niños" de Francesco Tonucci.
Ahora el lugar de los miedos, las inseguridades, los riesgos, los peligros, los sustos, para muchos niños es la ciudad, su ciudad. El lugar en el que han nacido, en el que juegan (poco), en el que pasean (acompañados) en el que se van haciendo mayores (vigilados), entre coches, asfalto, vallas y señales de todo tipo.

¿Cómo debería ser una ciudad que tuviese en cuenta a los niños? Más: ¿cómo habría que diseñar y planificar una ciudad a la medida de los pequeños? ¿Qué principios políticos deberían regir las actuaciones de munícipes y técnicos para que ese lugar permitiese crecer con seguridad, autonomía y garantía? ¿Puede la escuela ayudar y favorecer en el aprendizaje de la lectura de la ciudad, y con ello aumentar la autonomía y disminuir la inseguridad? ¿Es el niño un instrumento fiable de medida para calibrar la humanidad y la bondad de una urbe?.

Una ciudad sin niños
Antes se ansiaba el momento de salir de casa porque todo lo que tenía más interés estaba fuera. La casa era el lugar fundamental de la seguridad, de las necesidades primarias, de los deberes. Pero era necesario salir para encontrarse con los amigos, para jugar, para ir al bar, al cine, a la biblioteca. Y, si existían peligros, era necesario prestar atención, eso decían nuestros padres.


Hoy se añora la hora de volver a casa, porque la casa es el lugar del descanso, de la cultura, de los afectos, de la comunicación. En casa tenemos comida congelada que dura meses, tenemos la biblioteca, la colección de CD, las películas preferidas, la posibilidad de hablar por teléfono o de intercambiar mensajes por Internet o por el móvil. La casa ya no es una parte importante pero insuficiente de la más amplia realidad de la ciudad, sino que resume en sí misma la propia ciudad. Ya no forma parte de un complejo ecosistema, sino que tiende ella misma a la autosuficiencia, otra característica importante e inquietante de la ciudad moderna. A la autosuficiencia tienden las diferentes partes de la ciudad, desde la casa hasta el centro comercial.


Comprar significaba realizar un recorrido, entrar en sitios diferentes, encontrarse con personas diferentes, cada día las mismas, de modo que se podía retomar de un día para otro una confesión, una historia o intercambiarse la última noticia.

Hoy, para comprar, es preciso desplazarse al centro comercial, ciudad con aparcamiento garantizado .

La degradación hace que la ciudad no sea un lugar adecuado para vivir, y nosotros nos defendemos construyendo lugares seguros, protegidos, donde pasar tranquilos nuestro tiempo libre.

En las últimas décadas, la ciudad ha renunciado a la escala humana, a tener a sus ciudadanos como referencia y parámetro, y se ha convertido en un espacio, de hecho, reservado a los coches, que han invadido los espacios públicos de la ciudad, privatizándolos, sustrayéndolos al posible uso de quien se mueve a pie o en bicicleta.
A los peatones, que pueden también ser pequeños, ancianos, discapacitados, cargados con bolsas de la compra, con un niño en brazos o en cochecito, les toca el recorrido más largo y cansado. A los coches, que tienen motor, les toca siempre la calle llana, el nivel cero. Los coches imponen a las ciudades su lógica, su estética, su «música».


Todo esto ha sucedido en un plazo de tiempo muy breve. Porque la ciudad, su administración, ha elegido como ciudadano prototipo a un ciudadano varón, adulto y trabajador.
Ha adaptado las ciudades a sus exigencias, ha intentado responder a sus peticiones garantizando, de este modo, el consentimiento electoral del ciudadano fuerte.
Así, ha traicionado las exigencias y los derechos de quien no es varón, no es adulto, no es trabajador, no es conductor. Con la consecuencia de que, en esta ciudad, han desaparecido los ancianos, los discapacitados y los niños.

En esta ciudad, el niño no puede vivir algunas experiencias fundamentales para su desarrollo, como: la aventura, la búsqueda, el descubrimiento, el riesgo, la superación del obstáculo y, por lo tanto, la satisfacción, la emoción. No puede jugar.


Estas experiencias necesitan dos condiciones fundamentales que han desaparecido: el tiempo libre y un espacio público compartido. Es difícil para el niño salir de casa solo, buscarse compañeros e ir a un sitio adecuado para jugar con ellos. Las dificultades ambientales, reales o presuntas, han convencido a los padres de que esta ciudad no permite a un niño de seis, diez años, salir solo, y, por lo tanto, el que era su tiempo libre se ha transformado en un tiempo organizado y dedicado a diferentes actividades, en casa o fuera de ella, estrictamente programadas y habitualmente de pago.

Por lo tanto, por un lado: la televisión, la play station, Internet; por otro: los diferentes cursos extraescolares de deporte, de arte y de idiomas.
¿Y para jugar? Para jugar, los padres acompañan al niño al parquecito cerca de casa, lo acompañan a casa de amigos o bien invitan a éstos a su casa. Lo esperan y lo vigilan. Pero, ¡no se puede acompañar a los niños para que jueguen! ¡Es necesario dejarlos!






Fuente: Francesco Tonucci
Istituto di Scienze e Tecnologie della Cognizione - ISTC. Consiglio Nazionale delle Ricerche. Roma, Italia.