martes, 4 de mayo de 2010

La Intervención Urbana: yacimiento de estrategias para salir de la crisis.

La ciudad constituye hoy, quizás más que nunca, el ámbito donde las secuelas de la crisis económica se viven con más claridad y contundencia.
La crisis actual es, sin duda, una crisis del modelo productivo, como se ha repetido hasta la saciedad. Es evidente, sin embargo, que es más que una crisis del modelo productivo. O por decirlo mejor, la crisis del modelo productivo refleja el fracaso de una idea preconcebida de progreso y desarrollo basado en la ambición desmedida, el abuso y derroche excesivo de recursos naturales (particularmente energéticos) y la falta de criterios responsables en la organización territorial y espacial.
La síntesis de todos estos desórdenes se ve ilustrada, en un país como el nuestro, con expresiones como el estallido de la denominada burbuja inmobiliaria o el fracaso del modelo de crecimiento basado en el ladrillo. Sin duda constituyen referentes obvios de los síntomas más visibles de la crisis actual; pero estos síntomas no deben ser confundidos con las causas.
Las causas se encuentran precisamente en las tres razones antes aludidas:
la ambición desmedida fuera de todo control (crisis financiera), el derroche de recursos naturales (crisis de la sostenibilidad) y el desorden de la ocupación del territorio (crisis territorial).
Y todas estas causas están relacionadas con la vana pretensión de legitimar un modelo de organización económica, energética y territorial basado en la desmesura y el uso ineficiente de todo tipo de recursos.

El escaparate privilegiado de todas estas desmesuras es, precisamente, la ciudad, y, particularmente, la gran ciudad.
Hace ya casi un siglo, el lúcido George Simmel estableció un paralelismo entre el dinero y la vida en la metrópolis. Según este autor, la metáfora que mejor describe el modo de vida y de organización de la vida urbana es el intercambio basado en el dinero.
Pretendía argumentar que el modo de vida urbano se ve muy bien descrito en la ficción del valor del dinero y las relaciones sociales (y todo lo que de ellas se deriva) se ven afectadas por este modo particular de intercambio.
Las consecuencias son muy variadas, pero en la raíz de todas ellas está la pérdida de valor de los lazos emocionales y comunitarios que se ven sustituidos por la búsqueda compulsiva de rendimientos inmediatos y de ganancias que por fuerza han de ser cada vez mayores.
Se conforma, así, el estado mental del poblador urbano que ha interiorizado la ambición del más de todo y del cada vez más. Y el modelo de organización espacial, territorial y axiológico de la ciudad parece reflejar esta pulsión permanentemente presente.

En cierta medida, la crisis actual es también una crisis urbana, fundamentalmente urbana, que requiere una profunda reflexión sobre el hábitat en el que esta crisis se ha generado y que se ha extendido afectando a otros ámbitos territoriales.
Y, además, cabe pensar que es inconcebible una salida de la crisis que no suponga la reformulación de aspectos claves del modo de vida urbana que afectan particularmente al uso de los recursos que se consumen en el hábitat urbano, incluyendo el recurso territorial, y a los tipos de relaciones sociales que se establecen. En la ciudad ha surgido el problema, y es de la ciudad de donde deben salir soluciones.
El Programa de Buenas Prácticas del Comité Hábitat tiene una trayectoria acreditada en la presentación de innovaciones de la vida urbana basadas en la acción, de alcance muy variado. Se pretende recoger información sistemática sobre las acciones y programas efectivos realizados con el fin de mejorar la calidad del habitat urbano.
La más notable particularidad de este programa es que pretende recoger información transferible de acciones (no sólo de ideas) y programas realizados (no sólo propósitos enunciados).
De esta forma, a lo largo de las distintas ediciones ha logrado recopilar experiencias de mejora del hábitat urbano que, vistas en su conjunto, constituyen un valiosísimo recurso para promover estrategias de innovación de la vida urbana basadas en la acción.

Este es su gran valor, su gran fuerza, y posiblemente también la fuente de su mayor debilidad. En efecto, las acciones y programas llevados a cabo tienen un alcance muy variable y algunos expertos dudan de su incidencia en la transformación a gran escala del hábitat sobre el que se centran.
Siendo esto cierto, debe añadirse, sin embargo, el valor demostrativo que tiene el esfuerzo continuado y participativo (que se refleja en prácticamente todas las prácticas premiadas) por mejorar las condiciones de vida urbana, re-equilibrar las tendencias a la exclusión social y reducir los impactos nocivos (ambientales y todo tipo) que tiende a producir el modo de organización y vida urbana.
Precisamente, el Séptimo Catálogo Español de Buenas Prácticas ofrece la posibilidad de analizar en detalle las prácticas presentadas en esta ocasión al premio de Dubai. Las prácticas calificadas constituyen, en conjunto, una amplia panorámica de recursos (basados en la acción y no en discursos) para hacer frente a problemas que se han agudizado en el actual momento crítico.
Estas prácticas no constituyen, en sí, un mero catálogo de recetas para hacer frente a los problemas generados; son, más bien, la demostración de que aún quedan fuerzas y recursos para hacer frente a los retos de una situación compleja.
Llama la atención el valor de la acción parsimoniosa como reclamo para movilizar comunidades, instituciones y colectivos a favor de una mejora en las condiciones de vida socioambiental.
En esta edición, el lector atento podrá encontrar en estas experiencias ideas y propuestas que hacen frente a tres retos fundamentales que, con más intensidad que nunca, se plantean en el momento presente.

El primero de ellos se refiere a la mitigación de los efectos ambientales y la reducción de la huella ecológica de nuestro modo de vida, destacando las experiencias tanto urbanas como rurales por reducir los impactos sobre el cambio climático.
Así, a modo de sugerencia, puede analizarse la movilización de recursos que supone la puesta en marcha de la Red Española de Ciudades por el Clima (práctica premiada en esta edición), que supone la creación de una estructura de apoyo a la puesta en marcha de estrategias de mitigación del impacto de la vida urbana en el cambio climático.
El segundo de los retos hace referencia a la demanda de una mayor cohesión social y al esfuerzo por reducir las tendencias a la exclusión social; destacan en este sentido experiencias que promueven la integración social a través del empleo, así como la integración multicultural.
El tercero incluye la necesidad de una mejora en la organización espacial de la ciudad (no sólo una mejora de las infraestructuras y las disponibilidades de vivienda).

El lector tiene ante sí el reto de identificar acciones que promueven un modelo de actuación (de alcance muy variado) en cada uno de estos tres retos principales. Igualmente, pueden encontrarse ejemplos transferibles de acciones para hacer frente a la necesidad de modos de transporte más sostenible, mejora del paisaje urbano e, incluso, programas que descalifican terrenos urbanizables para preservar espacios de valor como patrimonio natural.
Ciertamente, la ciudad es el ámbito de la crisis, no la causa: pero en la actividad por la mejora del hábitat urbano pueden encontrarse estrategias para hacer frente a la crisis, mitigar sus efectos y recuperar el sueño perdido de una sociedad más cohesionada, igualitaria y justa. Posiblemente estas aspiraciones nunca serán plenamente conseguidas. Pero las energías que se gasten en esta dirección harán de este mundo un mundo mucho más soportable.


Fuente: Jose A. Corraliza (Universidad Aut. de Madrid- editorial al catálogo español de buenas prácticas- enlazadas en este blog)